martes, 5 de octubre de 2010

(4) REFLEXIONES / FATHERS & SONS

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CUANDO YO ESTÉ VIEJO, TEN PACIENCIA Y COMPRÉNDEME

Por Arthur Maslow

(Traducción del original, por Helena Ramirez)
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo debo atarme mis zapatos, ten paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.

Si conversas conmigo, y te das cuenta que repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina la historia, por favor no me interrumpas y escúchame. En tu niñez, muchas veces te escuché con amor contar tus pequeñas penas y tus grandes alegrías y cuantas veces, tuve que convertirme en un payaso, en un mimo, o en un mago para consolarte y hacerte reír.

Y por las noches, aunque yo llegaba agotado del trabajo, cuántas veces tuve que narrarte el mismo cuento, y cantarte las canciones de cuna que más te gustaban para que pudieras dormirte feliz.

Por eso, cuando mis piernas fallen por estar ya cansadas de andar en la vida, dame tu mano cariñosa y amable para apoyarme, como yo te dí las mías, tantas veces, cuando las necesitaste.

Y cuando en algún momento, mientras conversamos, me olvide de qué estamos hablando..., dame el tiempo que sea necesario hasta que yo lo recuerde. Y si al final no puedo hacerlo, no te impacientes, porque tal vez no era algo importante y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas un momento.

Y cuando me veas inútil frente a las nuevas tecnologías, te suplico que me las indiques y esperes hasta que las comprenda, pero no me mires con una sonrisa burlona porque eso me lastima. Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas: A caminar, a correr, a montar en bicicleta, a amar la naturaleza, a subir sin miedo a los juegos mecánicos, a usar el tenedor y la cuchara, a vestirte antes de ir al colegio... y sobre todo, no olvides que fui yo y también tu madre, quienes te enseñamos a enfrentar la vida tan bien como lo haces ahora, cuando eres una persona de bien, honesta y bondadosa.
Y si voy contigo en la calle y camino despacio; o si me detengo a reposar un rato, o si me falla la memoria y no recuerdo los nombres de las cosas, por favor ténme paciencia y no me regañes, porque un padre que estuvo tan pendiente de ti, no merece ese trato.

 Y finalmente cuando algún día me oigas decir que no tengo apetito, que estoy perdiendo las fuerzas, que me siento cansado; que casi no veo, que no quiero salir porque me da miedo caerme en la calle, entonces... ten paciencia conmigo y compréndeme, pues ya no soy el padre joven de tu niñez, el que jugaba contigo, el que te cargaba, el que te invitaba a comer helados, el que te llevaba al teatro, al circo, a los parques, y el que todos los domingos era feliz llevándote a pasear al campo, a las montañas, a los lagos...

Ahora me estoy volviendo viejo, y me siento lento y pesado, y solo quiero vivir estos últimos días, tranquilo y reposado. Y aunque ya no tengo el estress de los duros años cuando tuve que buscar el sustento, hay días que amanezco con el corazón fatigado y los músculos lentos.

Lo bueno es que ahora tengo tiempo para pensar y meditar sobre lo que fue mi vida, y me alegro de muchas cosas, sobre todo de haberte dado mi apoyo y mi cariño, con los que lograste salir adelante y triunfar.

Y aunque a veces me pongo triste porque me siento solo y enfermo, quiero que sepas que sigo amándote como siempre te he amado, porque el amor de los padres es incondicional y eterno...

Ayer aprendí una cosa nueva; me la reveló mi médico cuando fui al consultorio. (Yo lo respeto porque es un hombre sabio y bueno). Me dijo: "Las tres mejores medicinas para curar las enfermedades de los viejos son la gratitud, el amor y el apoyo de los hijos". Y me quedé pensando en ésto y supe que era verdad lo que me dijo mi médico. 

Por eso, talvez esta carta es para expresarte que deseo morir sabiendo de tu amor y tu solidaridad. O quizás es para decirte que espero no me abandones en esta etapa de mi vida, que es cuando el ser humano se siente más débil, más solo y más triste. 

O talvez esta carta es para decirte que lo que mi memoria no ha olvidado, ni olvidará nunca, son tus ojos risueños cuando me veías llegar a casa después de salir del trabajo, y también tus abrazos cariñosos con tus pequeñas y dulces manos.
 
Talvez esta carta es para agradecerte una llamada, una sonrisa, un abrazo, un saludo cariñoso, un "no te he olvidado", un “te amo viejo”, u“estoy aquí, contigo… aunque viva lejos”.
O quizás es para recordarte que tienes un padre que te ama inmensamente y que te amará hasta el último momento de la vida, a pesar de todo, a pesar de la distancia, del tiempo y del olvido...


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POEMAS / FATHERS & SONS
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POEMAS A LAS MADRES

(Madres e hijos)

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 Canción de la madre

Por Gabriela Mistral

Duerme, duerme, dueño mío,
sin zozobra, sin temor,
aunque no se duerma mi alma,
aunque no descanse yo.
Duerme, duerme y en la noche
seas tú menos rumor
que la hoja de la hierba,
que la seda del vellón.
Duerma en ti la carne mía,
mi zozobra, mi temblor.
En ti ciérrense mis ojos:
¡duerma en ti mi corazón! 

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 Las manos de mi madre

Por Alfredo Espino

 Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!


Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).


Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!


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